AUG:. RESP:. LOG:. SIMB:
“GUADALUPE LARRIVA N°5.”
PERTENECIENTE A LA G:.L:.A:.E:.
QQ:.RR:.HH::, QQ:.HH:., HH:.
Permítanme, con mirada de mujer, hacer un análisis de cómo el laicismo transmutó al mundo femenino para tratar así de rescatar su historia.
El paso de la mujer del mundo de lo privado al mundo de lo público ha significado en la historia, todo un proceso de emancipación, que la ha llevado a adoptar diferentes grados y formas de participación dentro de la sociedad, los mismos que se han plasmado con distintos matices en el imaginario femenino.
El proceso de apropiación de los derechos políticos de la mujer, su vinculación a la vida cívica, a la actividad económica y por sobre todo a la política, van a la par con las profundas reformas que gestó el laicismo que hacen que la imagen femenina se vaya forjando en la historiografía plagada con frecuencia de una subjetiva lógica masculina, como un testimonio del efecto que ésta causó en el proceso de producción y difusión del conocimiento.
En nuestra historiografía la imagen femenina es delatada con tenues siluetas cargadas de sentimientos, concepciones encontradas, fraguadas por antagónicas exclusiones y discrímenes, afincadas en la exaltación de sus virtudes, atribuyéndole los más diferenciados roles, con frecuencia la presentan como un ser dominado, victimizado y pasivo, otras con la faz de una lideresa, de una heroína que acepta los más inverosímiles retos. Perfiles estereotipados que han configurado la cosmovisión femenina.
Al remitirnos a las cosmogonías se compara a la figura de lo femenino con la mítica Coa o la legendaria Pachacmama, con la diminuta Venus de Valdivia, vinculándola a la tierra vivificada por ancestrales ritos de fertilidad y fecundidad. Con Ceres y Eleusis –diosas de la agricultura, de la productividad-, encontrándose en simbiosis íntima con la esencia de la vida, “la tierra”, rostros femeninos reflejados en una Isis velada guardiana del conocimiento, de las categorías del principio y del fin, de una Atenea custodia de la sabiduría, de Afrodita emblematizando al amor que retrata su sensibilidad, y su belleza se traduce en una Venus recubierta de soberbia.
Rodeado de un halo de misterio, el enigma de lo femenino se traduce en la Ñusta “doncella del sol” o en las sacerdotisas celtas, cátaras y druidas mantenedoras de ancestrales rituales. Se la personificada en la curiosa Pandora, en la aguerrida y frenética amazona o de la edénica Eva.
Referentes de virtudes y defectos. Al transitar entre la realidad y la fantasía, la historia nos
relata gestas y epopeyas encabezadas por la mujer, ella, ha sido capaz de protagonizar los mayores cambios en la sociedad y en sus instituciones, reformando y revolucionando estructuras y sistemas, poseedora de la oralidad con la que ha preservado y reproducido la cultura.
Llevándonos a través de distintos modelos de explotación socio-política desde la recolectora marcada por la igualdad del comunismo primitivo, mantenedora de un sistema matriarcal, aquella que por su apego a la tierra y por su rol en la sociedad se le atribuye el descubrimiento de la agricultura; o la víctima del servilismo esclavista, y la explotación del capitalismo patriarcal. Muchas de ellas fueron mutiladas, lapidadas por el fanatismo y se constituyeron cual Juanas de Arco en protagonistas de un permanente holocausto.
Otras, rompiendo la rutina van abriendo el camino que señalaba su capacidad de liderazgo político, con fuerza inusitada entintan las páginas de nuestra historia. Las guerras por la liberación en América Latina retratan a las guarichas marcando el paso de Bolívar, a la anónima Aguedita mexicana, a las montoneras de Alfaro que infundían valor a las tropas revolucionarias, fieles a la soldadesca, avanzaban haciendo acopio de fortaleza, nutriendo de valor, elevando un grito de rebeldía caminando al paso de sus ideales.
Mujeres que demuestran su fortaleza al suplir la ausencia del varón en épocas de guerra, que acuden a la trinchera, que reclaman sus derechos en las calles, o aceleran el proceso productivo, frente al hogar, al telar o a la máquina. En este contexto la valoración de la mujer se da al abrigo del laicismo percibido en sus albores como una inalcanzable utopía cifrada en la triada “ Libertad, Igualdad y Fraternidad”.
El Laicismo detonó los hitos más fuertes del cambio, gestado en las más diversas esferas del mundo, es el pensamiento filosófico-político que se dejó sentir con énfasis en las postrimerías del siglo XIX y en las primeras décadas del XX, cuando nuestro país vivía una teocracia llevada tras el concordato a un clericalismo asfixiante, por ello este movimiento que tuvo una gran repercusión en la sociedad y la concepción de lo femenino, en la configuración de un nuevo sistema de valores, que inciden en el manejo de la cuestión pública, de la función social aislada de la visión dogmática y fundamentalista dada por la iglesia, enajenándola de la influencia religiosa y del monaquismo, deslindando a la iglesia del estado; lo divino de lo terreno; generando una polarización, una dicotomía entre la superstición y los desafíos que encarna la libertad de pensamiento; rechaza todos los excesos y las pasiones que obnubilan al espíritu, aquellas que están entre la herejía y el deseo de cambio; entre la desacralización del cosmos y de la naturaleza y la rigidez del dogma y el estímulo de la tolerancia; del oscurantismo develado por la razón cifrada en la ciencia y la tecnología; del teocentrismo que sustituido por un humanismo; a la libertad como la esencia inalienable del ser, a la predestinación frente al libre albedrío y de la libertad de conciencia, de pensamiento y de expresión, del espíritu libre que se refuerza con la práctica de la solidaridad y fraternidad, de la emancipación frente a toda forma de condicionamiento.
El laicismo en su momento histórico abre todos los canales de interacción entre los diferentes actores sociales y se ubica en el contexto de sus demandas, en la búsqueda de un estado soberano, progresista y democrático, gestándose como imperativo el ejercicio de una ciudadanía plena y justa, como la prolongación de un proceso emancipador que va de lo individual a lo social. Como un rechazo a la exclusión social, filosófica, religiosa, política, ideológica y laboral. Entrelazándose a la práctica de la democracia, configurando en un momento una “ utopía laica”, que trasciende a la conquista de la emancipación, reposando en la reafirmación de los derechos del ser humano.
Un laicismo fundamentado en la tolerancia frente a las actitudes políticas divergentes, que le permiten traducirse en la libertad del pensamiento y de expresión, en forjador de una organización política solidificada reivindicadora de los derechos del Estado, agudizando su lucha por la preservación de las libertades individuales, del respeto al pluralismo cultural y social. Su búsqueda se cifra en alcanzar la igualdad de oportunidades para llegar al desarrollo de todo el potencial humano.
El Laicismo es el punto de partida de la liberación de la mujer, él ha dejado un legado que contribuyó firmemente a amortiguar la vorágine de la revolución industrial al incorporarla bruscamente dentro del campo laboral, dándole las armas para romper los lazos que la uncían a la máquina gestando aportes trascendentales en su pensamiento e ideario, haciendo de ella una fiel defensora de sus reivindicaciones, incorporándola a la lucha por la defensa de sus derechos.
De manera paulatina delinea figuras que buscaban afanosamente ir tras el paradigma de la igualdad y la equidad, como una manifestación de su rechazo a la exclusión, eliminando la concepción sexista de la división del trabajo que por siglos había dependido de los atributos de masculinidad o feminidad, antes que de la valoración de capacidades habilidades, desempeños.
El laicismo por lo tanto va permitiendo el ejercicio pleno de los derechos igualitarios y de su ciudadanía plena. La mujer activista, recipiendaria de la soberanía popular, producto del liberalismo, pudo abrir su camino hacia la emancipación, se rebela contra las contradicciones de clase, que marginan y enajenan, se levanta contra la explotación y la opresión, irrumpe en un nuevo escenario social, esgrimiendo con fortaleza la noción de libertad, de aquella que al erradicar las tinieblas, va buscando el reinado de la fraternidad y la justicia, del pluralismo regenerador en el que se cimienta la auténtica democracia.
La explotación del proletariado como clase explica la radicalización del movimiento feminista contemporáneo que tiene su cumbre en la Internacional Socialista. Desde la óptica de su evolución el Liberalismo trasmuta desde el Utilitarismo que busca instaurar una economía de bienestar, hacia el Liberalismo Radical que con frecuencia desemboca en el ideario Socialista.
Mujeres que creen en la participación colectiva, en la democracia plena que incluye y orienta, se enlazan a los movimientos gestores de la revolución liberal, a través de ella se rompen barreras y convencionalismos. Pues mediante la secularización, la desacralización de la educación enrumbados por el laicismo, permitieron la democratización de la escuela, facilitaron el acceso al aula, primero a la normalista que acogió la vocación de madre-maestra y luego a la profesional practicante de otras ramas de las ciencias.
El largo trajinar en búsqueda de la igualdad se transparentó en la revolución liberal al alcanzar un conjunto de derechos humanos y civiles, beneficiándose en las reformas del Código Civil, teniendo acceso al matrimonio civil y al divorcio, hitos que significaron la adquisición de igualdad de oportunidades, adicionando su lucha por la educación y el trabajo.
Incorporando un nuevo concepto de calidad de vida. Siendo por lo tanto la inserción de la mujer en el aparato productivo lo que le dio una nueva forma de comportamiento en lo público, en lo social y en lo político.
En esta perspectiva varias mujeres fueron las forjadoras de los movimientos sindicalistas que al enrolarlas en el mercado de trabajo las convirtió en parte activa de los procesos de cambio, aunque en muchos casos las miró tangencialmente al relegarlas a un plano de mandos medios.
Al avanzar el tiempo y en los años 20 en la etapa sufragista, la mujer sigue la tendencia democrática marcada por la votación universal y muchas dieron pasos hacia la igualdad, pasando a ser sujetos y actoras de los hechos políticos, desde los que comienza a ejercer sus derechos y deberes, e iniciarse en la toma de decisiones antes vedadas para ellas.
La educación laica comienza a superar las prácticas de discriminación, determinando en gran medida el ejercicio de la equidad frente a la duplicidad hombre-mujer, dentro de la sociedad, como consecuencia de este devenir se inmiscuye en la vorágine de la urbanización de la economía, que se agiganta en los años sesenta, pasando a formar parte de la P E A, constituyéndose en el elemento fundamental del proceso productivo. Provocando una feminización de la fuerza de trabajo y posteriormente a una feminización de la pobreza que lanzó a las calles a miles de mujeres en un acto de insubordinación ante el sistema; así como adoptando nuevos roles en puestos de dirigencia en lo laboral y como actora en lo político.
En los años setenta en América Latina es notoria la confrontación de la mujer contra las dictaduras teniendo un papel fundamental en la revalorización de la democracia.
La búsqueda de nuevas formas de participación social ha revalorizado su papel como actora social, dándose un mayor valor a la participación en lo político, recuperando el ejercicio pleno de la ciudadanía.
Actualmente una conquista de los movimientos femeninos es la Ley de Cuotas que incorpora a la mujer en la democracia participativa, es un inicio a la equidad y debe cristalizarse en una auténtica democracia paritaria. Una paridad democrática.
Para algunas la Ley de Cuotas es como “ hacer un lugarcito para las mujeres”.
De la Ley de cuotas debemos ir a la calidad, ubicando a la mujer en una situación de igualad y no utilitaria como sucede en muchos partidos políticos entre ellos los populistas que manipulan la imagen femenina. Es por lo tanto imperioso esclarecer su rol dentro de los partidos políticos, superar los vacíos de liderazgo femenino, con miras a erradicar los casos de discriminación existentes y ser realmente participativas en construcción de una nueva sociedad, en su diseño y edificación.
En el ámbito de la educación la equidad e igualdad que pregona el laicismo, se traduce en la coeducación, que debe insertarse en el sistema educativo como el mecanismo idóneo para alcanzar la igualdad de oportunidades, determinando que es indudable que la vida social gira en torno a los conceptos que tenemos de lo masculino y lo femenino y que la estructura de nuestra sociedad responde a un androcentrismo, surgiendo por lo tanto una visión estereotipada del hombre y de la mujer.
La coeducación erradica la educación sexista, permitiendo llevar adelante todo un proceso de cambios orientados a mejorar la calidad de vida, las condiciones económicas, a tener igualdad de oportunidades para acceder al mercado de trabajo, eliminar las exclusiones, la pobreza. Educamos a hombres y mujeres con un proyecto común, forjando personas en igualdad de derechos y deberes, respetando las particularidades de cada individuo, cooperando para adquirir un estilo de vida con respeto, comprensión y aceptación mutua.
La coeducación nos permite también hablar de derechos humanos, de los derechos del hombre y la mujer, que son universales, inherentes, innatos, intransferibles e irrenunciables.
Derechos que deben ser tratados de una manera integral y sistémica, siendo uno de ellos el de la educación que debe ser concebida como la liberadora, eliminar los estigmas, considerarla como la herramienta para la emancipación social, cultural y de género.
Sólo con la coeducación podemos llevar adelante un plan de igualdad de oportunidades. Es importante además determinar la importancia que va adoptando la dimensión de género en la vida nacional, y su vinculación con nuevas políticas de desarrollo, es necesario para ello conocer la relación que se da entre población y desarrollo con el objeto de diseñar planes y políticas sociales que sean manejadas a través de un eje transversal de género. Para tras la evacuación de esta temática construir una democracia con inclusión que lleve a la redistribución del poder.
Para ello es necesario desechar aquella herencia nefasta de la exclusión y de la segregación, y de la sub-representación de la política y de sus necesidades, alcanzar el conocimiento intrínseco que cada una albergamos, recuperar y revalorizar la enorme diversidad y riqueza que encierra la cultura femenina y que nos permite asumir una variedad de identidades, que se afincan con fuerza en la interculturalidad de un mundo globalizante. Recordando que la concepción de lo femenino y de lo masculino difiere en cada cultura, y depende directamente de su estructura simbólica, de su cosmovisión, de la manera de ver el mundo e incluso del sistema político ideológico en el que está inmersa.
Recalcando que no debemos perseguir como meta una ginecocracia, un gobierno de la mujer, porque la crisis del sistema no se afinca hoy en una pugna entre géneros sino en la lucha de clases instaurada desde hace milenios, a la que hoy estamos obligadas a superar.
El devenir histórico ha recrudecido de generación en generación, la lucha por la igualdad de la mujer, como componente básico de la equidad, porque sólo la igualdad civil nos lleva a la igualdad política y ésta a la justicia social.
En fin, es importante enfatizar en un discurso femenino liado al laicismo, que trata de instaurar un sistema justo, sin exclusiones, acercándonos a los preceptos de equidad e igualdad que el laicismo encierra al darnos una visión más humana y humanística del mundo.
(Ponencia expuesta por la Q:. R:. H:. Guadalupe Larriva Gonzalez, O:. E:., en la Tenida Blanca de Aniversario de la G:.L:.E:.D:.E:., en la que se presentó de manera oficial el libro “Laicismo Vivo” – Noviembre de 2006)
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